Steven Benson
nació en Fort Myers, Florida (Estados Unidos) en 1952. No había conocido a su
padre. Su madre, Margaret, era una millonaria divorciada de Edward, su segundo
esposo. El abuelo de Steven, Harry Hitchcock, también era multimillonario.
Steven tuvo una hermana, Carol Lynn. Ella tuvo un hijo ilegítimo en la
adolescencia, al que bautizaron como Scott, y a quien adoptaron Margaret y
Edward cuando aún estaban casados, haciéndolo pasar como suyo. Para Scott, la
vida había sido una historia de excesos y desenfreno. Era adicto al óxido
nitroso, también conocido como “Gas de la Risa”, sustancia que almacenaba en
grandes tanques escondidos bajo su cama. Había derrochado grandes sumas en
mujeres y le había costado a su madre adoptiva una fortuna en fiestas y clases
de tenis. Despilfarró el dinero de su progenitora mucho más llamativamente que
Steven, su hermano mayor, y además tenía un carácter violento. En varias
ocasiones había agredido físicamente a Margaret y a Carol Lynn. Pero quien se
convertiría en el mayor problema sería el primogénito. Steven Benson dependía
intensamente de su madre. En 1985 ya era un hombre de negocios de treinta y
tres años, pero seguía bajo el yugo materno. Para vengarse, explotaba a su
madre. La compra de una furgoneta Chevrolet hecha por encargo fue un típico
ejemplo de cómo estafaba a su madre. Ella le dio los $25,000.00 dólares que
costaba el vehículo, pero él también pidió un crédito bancario por la misma
cantidad para comprar un coche de su compañía. Luego ingresó el dinero
concedido por el banco en el Meridian Marketing y se las arregló para que
Margaret cubriera el préstamo, con lo que la señora Benson perdió $50,000.00
dólares más intereses. De un modo parecido, se las ingenió para malversar
$250,000.00 dólares del pago inicial de su casa soñada. Steven Benson había
cogido personalmente unos $85,000.00 dólares del dinero de su madre durante el
año que la Meridian estuvo en funcionamiento. En total, Margaret perdió
inútilmente $247,000.00 dólares en la improductiva compañía de su hijo.
Steven Benson
En 1984, un año
antes de que muriera su madre, Steven Benson fundó otro negocio en el que podía
aplicar su talento en el manejo de aparatos y mecanismos. Lo bautizó como
Seguridad Meridian. Instalaba alarmas antirrobo electrónicas en los hogares de
la gente pudiente de la zona de Naples. Por fin había conseguido empezar a
ganar su propio dinero. Pero por esta época la ambición desmedida ya había
acabado con su sentido común. Cuando su madre se ofreció para invertir en la
compañía, él organizó una juerga de auto promoción con su dinero, encargó un
elegante logotipo para la Meridian, colocó lujosos expositores en todas las
ferias de muestras de la localidad y contrató un gran anuncio en las páginas
amarillas. Margaret comenzó a presumir orgullosamente ante sus amigos diciendo
que la compañía era de su propiedad. Steven Benson también creó varias
compañías dedicadas al negocio inmobiliario, al marketing y al asesoramiento
legal y financiero, bautizadas todas con el grandilocuente nombre de Meridian
Grupo Mundial. Una gigantesca organización trasnacional, la Honeywell, se
alarmó y encargó a su oficina de Florida que investigara todos los movimientos
del que parecía ser un nuevo rival. En realidad, Steven sólo vendió unas pocas
alarmas antirrobo. Las otras sociedades permanecieron inactivas y la Meridian
no salió adelante. Su madre le daba un sueldo de director que ascendía a
$36,000.00 dólares anuales y pagaba todos los gastos comerciales sin revisar
jamás las facturas. Paradójicamente, esta generosidad fue llenando a Steven
Benson de resentimiento, ya que parecía simbolizar su impotencia y el tremendo
poder que su progenitora tenía sobre él. Entonces planeó una pequeña venganza:
el desfalco. En diciembre de 1984, Wayne Kerr, el abogado que Margaret tenía en
Pennsylvania, le advirtió que su fortuna, valorada en diez millones de dólares,
se evaporaría en menos de siete años si no empezaba a economizar. Desde que se
trasladaron a Florida, Margaret Benson había comprado cuatro fincas, varios
barcos y automóviles. Estaba pagando la formación de Scott para que alcanzara
la categoría de tenista profesional, mientras el joven se gastaba su dinero en
alcohol, drogas y vestidos para sus amigas y amantes. Margaret comenzó a
sospechar de su hijo Steven cuando Wayne Kerr revisó los libros de contabilidad
de la compañía y le informó de que aquello era un completo desastre y las
cuentas no estaban claras.
El 8 de julio de
1985, Steven Benson activó en secreto una de las compañías dormidas, la
Meridian Markeeting, que operaba desde su propia oficina en Fort Myers; poco
antes se había comprado una casa en el mismo lugar. Ese mismo día, Margaret y
el abogado Wayne Kerr se fueron a Fort Myers y se presentaron en las elegantes
oficinas de la Meridian Marketing. Ella quería saber quién había financiado la
reactivación de la sociedad y por qué nadie la había informado al respecto.
Siempre había exigido a sus hijos una lealtad absoluta a cambio de su
generosidad. Sin embargo, su actitud dominante y posesiva acabó por destruir el
primer matrimonio de Steven con sus intentos de controlar todos los aspectos de
la vida de la pareja, desde la elección del hogar en que vivirían hasta el tipo
de coche que conducirían o la mascota que tendrían en casa. Debbie, la segunda
mujer de Steven, se había propuesto luchar contra el poder de su suegra y
proteger a sus hijos del control matriarcal de la familia Benson. Para ello le
prohibió a Margaret que viera a sus nietos. Sin embargo, su hogar estaba
financiado con su dinero.
Cuando Margaret
fue con Wayne Kerr a ver la nueva residencia de Steven Benson, ella montó en
cólera. Aquella era la casa con la que siempre había soñado y su hijo vivía
allí con Debbie, una mujer a la que odiaba. Indignada, le dijo a Kerr que
intentara obtener el derecho de posesión de la propiedad hasta que Steven le
devolviera el dinero con que la había comprado, y más tarde habló también de
desheredarle. El abogado, por su parte, estaba impaciente por enfrentarse a los
libros de cuentas de la Meridian. Cuando volvieron a Naples, ella le dijo a su
hijo que quería que tuviera toda la contabilidad preparada para una inspección
al día siguiente. Esa noche, Steven le dijo por teléfono a su hermana Carol
Lynn que al otro día la ayudaría a marcar con estacas la distribución de una
casa que Margaret quería construir cerca de allí; después insistió en que
Scott, el perezoso hermano de veintidós años, los acompañara. La mañana del
martes 9 de julio de 1985, Benson se marchó de su casa de Fort Myers, en
Florida, y condujo 32 kilómetros hacia Naples, en el Golfo de México. Se
dirigía a desayunar con su madre, su hermana y su hermano menor, pero cuando
llegó a la lujosa casa de estilo español en que vivían en Quail Creek, su
familia le recibió con recelo. Aquella mañana Steven tenía un buen motivo para
querer evitar a su madre. Iba a tener que responder a preguntas muy delicadas
sobre el dinero. Al llegar a la cocina, Steven los saludó efusivamente. El
abogado de su madre, Wayne Kerr, estaba en la casa y al verlo, Steven se
ofreció a salir a comprar café para el desayuno. Esta actitud contrastaba con
su reciente propensión al mal humor. Sabía que su madre había llamado al
letrado para que investigara su negocio, en el que había invertido, en tan sólo
un año de funcionamiento, cerca de $250,000.00 dólares del dinero familiar.
Aunque en ir y volver de la tienda no se tardaba más de diez minutos, Steven
regresó al cabo de una hora diciendo que se había detenido a charlar de
negocios con un conocido. También mencionó que la furgoneta en la que llegó
tenía poca gasolina, por lo que tuvo que coger el coche de Scott, un pequeño
Chevrolet Suburbano. Poco después de las 09:00 horas, los cuatro miembros de la
familia Benson salieron de la casa con la cuerda y las estacas que necesitaban
para marcar el terreno en el que iban a construir la nueva casa. Wayne Kerr se
quedó para trabajar en la contabilidad de Margaret. Como la furgoneta apenas
tenía combustible, iban a coger de nuevo el coche de Scott quien, molesto
porque lo hubieran sacado de la cama tan temprano, se sentó al volante del
Chevrolet y se dio cuenta de que su hermano había quitado la llave de contacto.
Mientras tanto, Steven abría la otra puerta delantera para que su madre se
sentara, aunque ella aseguraba que prefería viajar atrás. Su hermana Carol Lynn
se colocó detrás del conductor, aunque sabía que en la parte trasera solía
marearse. Antes de que nadie pudiera protestar por el sitio que Steven le había
adjudicado a cada uno, este recordó que había olvidado la cinta métrica en
casa. Le pasó las llaves del coche a Scott y se alejó del automóvil andando
rápidamente hacia la vivienda.
Las víctimas
Carol Lynn dejó
su puerta abierta para que circulara el aire, y ese pequeño detalle le salvó la
vida. Mientras esperaba que Steven volviera con el metro y se sentara junto a
ella, vio a Scott inclinarse hacia adelante para poner en marcha el motor;
después, todo se volvió naranja. Una fuerza impresionante la empujó contra el
asiento. Tenía la sensación de estar retrocediendo a toda velocidad por un
túnel de fuego. Lo primero que pasó por su cabeza fue que se estaba
electrocutando, pero entonces se dio cuenta de que el coche estaba ardiendo.
Bajó la cabeza y contempló con horror cómo sus manos parecían consumirse bajo
las llamas. No cesaba de preguntarse cómo podría salir del coche sin manos,
pero sin darse cuenta lo consiguió. Tumbado en el suelo junto al coche pudo ver
a Scott; era evidente que estaba muerto. Steven estaba junto al porche, mirándola
a través de las llamas. Cuando lo llamó gritando, pidiendo ayuda, él se dio la
vuelta y corrió al interior de la casa.
La casa tras la
explosión
La explosión
rompió el silencio del vecindario. Algunos hombres de negocios retirados que
habían salido a dar su paseo matinal corrieron hacia allí alarmados. A través
de los arbustos del jardín pudieron ver un coche ardiendo y el cuerpo mutilado
de Margaret Benson tumbado sobre un matorral. La onda expansiva le había
arrancado el brazo izquierdo y parte de la cabeza. Cerca de lo que quedaba del
vehículo estaba su hija, con la parte derecha de la cara abrasada e intentando
ponerse de pie. Uno de los vecinos se acercó para ayudarla, y en ese momento se
oyó el estruendo de una segunda explosión. Dentro de la casa, Wayne Kerr corría
hacia el exterior, hacia el lugar del siniestro. Steven se cruzó en su camino
con una expresión de horror en el rostro. “Llama a una ambulancia”, le dijo.
Entonces volvió a salir y, mientras cundía el pánico a su alrededor, Steven Benson
se sentó a contemplar la masacre.
La camioneta
Los agentes del
departamento del sheriff local llegaron quince minutos después de la primera
explosión. Los bomberos habían apagado el fuego y en el suelo, debajo de los
restos del coche, podían verse dos grandes agujeros. Era evidente que se
trataba de un caso para el Departamento Estatal de Alcohol, Tabaco y Armas de
Fuego, más conocido como el ATF, la brigada con más experiencia en explosivos
en Estados Unidos. Un equipo de la ATF se puso a trabajar inmediatamente en el
vehículo y en la zona afectada por la onda expansiva: un total de 182 metros
que rastrearon con cribas, rastrillos y guantes, con las palmas recubiertas de
placas imantadas. Aquel mismo día encontraron suficientes fragmentos de tubos
ennegrecidos por pólvora como para deducir que la explosión fue producida por
dos bombas de tubo de fabricación casera.
El teniente
Harold Young, del departamento del sheriff del condado, interrogó a Steven
Benson poco después sobre quién podía haber colocado el artefacto. El joven
sugirió la posibilidad de que el culpable fuera uno de los individuos que
negociaba con Scott. Le preguntó por qué había tardado tanto en ir a la tienda
en el Chevrolet a comprar café, a lo que respondió que se había detenido a
charlar con alguien de una firma local, pero que no podía recordar su nombre.
Parecía estar demasiado nervioso, incluso para encenderse un cigarrillo. La
novia de Scott, Kim Beegle, también estuvo presente aquella mañana. A pesar de
su aflicción, se dio cuenta de que había algo extraño en la ansiedad de Steven.
Poco después, cuando la policía la interrogó sobre quién creía que podía ser el
responsable de aquello, ella mencionó a Steven; luego le preguntaron el motivo
que podría tener para hacer una cosa así y ella respondió: "Motivos
económicos". Carol Lynn, internada de emergencia y sometida a varias
intervenciones de cirugía plástica, no estuvo en condiciones de ser interrogada
hasta tres semanas después del atentado. En el hospital mantuvo una
conversación con George Nolicki, un agente de la ATF que dirigía la
investigación en colaboración con Young. Las sospechas de Carol Lynn estaban
claras: “Mi madre me dijo que no la extrañaría que mi hermano intentara
deshacerse de ella. Mi hermano Steven, quiero decir”.
A medida que se
iban acumulando comentarios sobre la culpabilidad de Steven y se iban reuniendo
pruebas contra él, dejó de cooperar con la policía. Cerca de la oficina de su
compañía, la Meridian Marketing, los dos investigadores encontraron la
ferretería en la que se habían comprado los tubos empleados en la fabricación
de las bombas. Era de vital importancia comprobar las huellas de las palmas de
las manos del presunto asesino con las de los recibos de la tienda. Sin
embargo, Steven se negó a que se las tomaran. Mientras tanto, los periódicos
hablaban del “hombre blanco misterioso” que había entrado a comprar a la
ferretería, y el Miami Herald daba con el paradero de un viejo conocido de
Steven que aseguraba haberle visto en 1981 haciendo explotar bombas de tubo
caseras en la cancha de tenis de su casa. Poco después, la prensa y los equipos
de televisión se apiñaban alrededor de su casa de Fort Myers, donde vivía con
su mujer y sus tres hijos. El arresto parecía inminente. Pero hasta que no se
pudiera establecer comparación entre sus huellas dactilares y las de la persona
que compró los tubos, la policía no podía hacer nada más.
El viernes 16 de
agosto, Young consiguió vencer las defensas legales del sospechoso. Para ello,
empleó un procedimiento poco habitual: se hizo con una orden de registro para
poder obtener las huellas. Hubo que esperar unos días para que el laboratorio
forense diera los resultados, pero las huellas de Steven Benson coincidieron
con las del cliente de la ferretería. Lo arrestaron en Fort Myers el 22 de
agosto.
El arresto
Young y Nowicki
le llevaron a Naples, donde fue acusado de dos cargos de asesinato en primer
grado y uno de intento de asesinato, y se le negó la fianza. El padre de
Margaret Benson, Harry Hitchcock, envió una carta al juzgado en la que decía:
“Temo por mi seguridad si Steven queda en libertad. Cualquier persona capaz de
asesinar a su madre por dinero es capaz de asesinar a su abuelo por la misma
razón”.
La información
de los desfalcos fue presentada por la acusación en el Caso Benson el día que
comenzó el juicio en Fort Myers, Florida, el 14 de julio de 1986. Steven Benson
se declaró inocente. Los libros de contabilidad, actualizados precipitadamente,
se encontraban en la furgoneta en la que Steven llegó a casa de su madre el día
de la explosión. La aparcó tan cerca del Chevrolet que quedó cubierta de
salpicaduras de sangre y restos de las víctimas. Durante el juicio, se especuló
con la posibilidad de que intentara que ardiera con la explosión, destruyendo
así todas las pruebas financieras que había en su contra. También se insinuó
que la segunda bomba, activada minutos más tarde, gracias a un reloj
automático, iba destinada a Wayne Kerr, ya que calculó que sería el tiempo que
tardaría en salir de la casa y llegar junto al vehículo.
En la
legislación de Florida existe un estatuto llamado “Ley de los Asesinos”
(“Slayers Act”), que impone que un asesino no puede heredar dinero de sus
víctimas. Steven Benson creía que jamás podrían relacionarle con las bombas y
se convertiría en un acaudalado heredero, no en un preso común. Al final, una
auditora de la ATF, Diana Galloway, analizó las finanzas de Benson y apareció
en el juzgado con gráficos que mostraban detalladamente el conjunto de las
transacciones realizadas entre las diferentes cuentas del banco familiar, y
puso de manifiesto la utilización de la Meridian Marketing, la empresa secreta
de Steven, para desviar fondos de las cuentas de su madre a las suyas.
Steven Benson
con su abogada
El testimonio de
Galloway, junto al de Kerr y los de los miembros del personal de la compañía,
consiguió demostrar que el joven tenía un buen motivo, de carácter económico,
para asesinar a su madre. Además el abogado defensor, Michael McDonnell, no
pudo rebatir las pruebas forenses referentes a las huellas dactilares que le
identificaban como el comprador del tubo empleado en la fabricación de las
bombas.
El abogado
defensor
El último gran
triunfo de la acusación fue la llegada a la sala de Carol Lynn con un sombrero
de ala ancha, gafas oscuras, un traje sobrio y su privilegiada belleza
destruida por un montón de cicatrices. El emotivo relato de cuanto sucedió la
mañana del crimen decidió el destino de su hermano. Los informes que se emitían
por televisión sobre el juicio sustituyeron a las series de las emisoras
locales y comenzaron a conocerse como “Las crónicas de los Benson”. En ellos se
especulaba con la posibilidad de que el abogado defensor, con su extravagante
carácter sureño, organizara una defensa estrafalaria. En realidad, iba a culpar
al asesinado Scott de todo el asunto.
Carol Lynn tras
el atentado
Poco antes del
juicio, hubo muchos rumores sobre la muerte de Scott a raíz de la revelación de
Carol Lynn de que el chico era en realidad su hijo. El abogado McDonnell podría
haber tenido una buena oportunidad de hacerle parecer el verdadero asesino, si Scott
no hubiera sido una de las víctimas. Como de hecho lo fue, tan sólo pudo
sugerir que la turbulenta vida que llevaba le había convertido en un enemigo
acérrimo de la gente con la que se relacionaba en los bajos fondos de Florida.
La frecuencia con que se cometían asesinatos relacionados con el mundo de las
drogas en el estado era lo suficientemente elevada como para que esta hipótesis
pareciera plausible.
Sin embargo, la
llamada “defensa basada en la mala fama” fracasó rotundamente, porque lo único
que consiguió fue dejar abierta la posibilidad de que una persona o personas
desconocidas hubieran colocado los artefactos explosivos. Los ayudantes del
abogado recorrieron las zonas de mayor incidencia en las drogas en busca de
historias sobre gente con la que Scott hubiera podido tener problemas.
Perdieron tiempo y dinero con personajes escurridizos que tenían poco que
contar. No encontraron una sola prueba definitiva que lo implicara en los
hechos.
Hacia el final
del juicio, el caso presentado por el Fiscal era irrecusable. Aun así, el
jurado necesitó once horas para emitir un veredicto de culpabilidad en todos
los cargos. Influyó el rumor de que, en una ocasión, Steven Benson le había
comentado a un amigo: “Si tienes demasiados problemas, mata a tus seres
queridos”.
La mitad de los
miembros recomendaron la pena de muerte, pero el juez Hugh Hayes impuso dos
sentencias de cadena perpetua por asesinato, y treinta y siete años por intento
de asesinato y atentado con explosivos. McDonnell salió del juzgado asegurando
haber conseguido “una gran victoria”, ya que, según afirmó, todavía no habían
enviado a ninguno de sus clientes a la silla eléctrica. Hasta la fecha, Benson
sigue en prisión.
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