lunes, 3 de junio de 2013

Steven Benson: "Mata a tus seres queridos"

Steven Benson nació en Fort Myers, Florida (Estados Unidos) en 1952. No había conocido a su padre. Su madre, Margaret, era una millonaria divorciada de Edward, su segundo esposo. El abuelo de Steven, Harry Hitchcock, también era multimillonario. Steven tuvo una hermana, Carol Lynn. Ella tuvo un hijo ilegítimo en la adolescencia, al que bautizaron como Scott, y a quien adoptaron Margaret y Edward cuando aún estaban casados, haciéndolo pasar como suyo. Para Scott, la vida había sido una historia de excesos y desenfreno. Era adicto al óxido nitroso, también conocido como “Gas de la Risa”, sustancia que almacenaba en grandes tanques escondidos bajo su cama. Había derrochado grandes sumas en mujeres y le había costado a su madre adoptiva una fortuna en fiestas y clases de tenis. Despilfarró el dinero de su progenitora mucho más llamativamente que Steven, su hermano mayor, y además tenía un carácter violento. En varias ocasiones había agredido físicamente a Margaret y a Carol Lynn. Pero quien se convertiría en el mayor problema sería el primogénito. Steven Benson dependía intensamente de su madre. En 1985 ya era un hombre de negocios de treinta y tres años, pero seguía bajo el yugo materno. Para vengarse, explotaba a su madre. La compra de una furgoneta Chevrolet hecha por encargo fue un típico ejemplo de cómo estafaba a su madre. Ella le dio los $25,000.00 dólares que costaba el vehículo, pero él también pidió un crédito bancario por la misma cantidad para comprar un coche de su compañía. Luego ingresó el dinero concedido por el banco en el Meridian Marketing y se las arregló para que Margaret cubriera el préstamo, con lo que la señora Benson perdió $50,000.00 dólares más intereses. De un modo parecido, se las ingenió para malversar $250,000.00 dólares del pago inicial de su casa soñada. Steven Benson había cogido personalmente unos $85,000.00 dólares del dinero de su madre durante el año que la Meridian estuvo en funcionamiento. En total, Margaret perdió inútilmente $247,000.00 dólares en la improductiva compañía de su hijo.

 

Steven Benson

 
En 1984, un año antes de que muriera su madre, Steven Benson fundó otro negocio en el que podía aplicar su talento en el manejo de aparatos y mecanismos. Lo bautizó como Seguridad Meridian. Instalaba alarmas antirrobo electrónicas en los hogares de la gente pudiente de la zona de Naples. Por fin había conseguido empezar a ganar su propio dinero. Pero por esta época la ambición desmedida ya había acabado con su sentido común. Cuando su madre se ofreció para invertir en la compañía, él organizó una juerga de auto promoción con su dinero, encargó un elegante logotipo para la Meridian, colocó lujosos expositores en todas las ferias de muestras de la localidad y contrató un gran anuncio en las páginas amarillas. Margaret comenzó a presumir orgullosamente ante sus amigos diciendo que la compañía era de su propiedad. Steven Benson también creó varias compañías dedicadas al negocio inmobiliario, al marketing y al asesoramiento legal y financiero, bautizadas todas con el grandilocuente nombre de Meridian Grupo Mundial. Una gigantesca organización trasnacional, la Honeywell, se alarmó y encargó a su oficina de Florida que investigara todos los movimientos del que parecía ser un nuevo rival. En realidad, Steven sólo vendió unas pocas alarmas antirrobo. Las otras sociedades permanecieron inactivas y la Meridian no salió adelante. Su madre le daba un sueldo de director que ascendía a $36,000.00 dólares anuales y pagaba todos los gastos comerciales sin revisar jamás las facturas. Paradójicamente, esta generosidad fue llenando a Steven Benson de resentimiento, ya que parecía simbolizar su impotencia y el tremendo poder que su progenitora tenía sobre él. Entonces planeó una pequeña venganza: el desfalco. En diciembre de 1984, Wayne Kerr, el abogado que Margaret tenía en Pennsylvania, le advirtió que su fortuna, valorada en diez millones de dólares, se evaporaría en menos de siete años si no empezaba a economizar. Desde que se trasladaron a Florida, Margaret Benson había comprado cuatro fincas, varios barcos y automóviles. Estaba pagando la formación de Scott para que alcanzara la categoría de tenista profesional, mientras el joven se gastaba su dinero en alcohol, drogas y vestidos para sus amigas y amantes. Margaret comenzó a sospechar de su hijo Steven cuando Wayne Kerr revisó los libros de contabilidad de la compañía y le informó de que aquello era un completo desastre y las cuentas no estaban claras.



El 8 de julio de 1985, Steven Benson activó en secreto una de las compañías dormidas, la Meridian Markeeting, que operaba desde su propia oficina en Fort Myers; poco antes se había comprado una casa en el mismo lugar. Ese mismo día, Margaret y el abogado Wayne Kerr se fueron a Fort Myers y se presentaron en las elegantes oficinas de la Meridian Marketing. Ella quería saber quién había financiado la reactivación de la sociedad y por qué nadie la había informado al respecto. Siempre había exigido a sus hijos una lealtad absoluta a cambio de su generosidad. Sin embargo, su actitud dominante y posesiva acabó por destruir el primer matrimonio de Steven con sus intentos de controlar todos los aspectos de la vida de la pareja, desde la elección del hogar en que vivirían hasta el tipo de coche que conducirían o la mascota que tendrían en casa. Debbie, la segunda mujer de Steven, se había propuesto luchar contra el poder de su suegra y proteger a sus hijos del control matriarcal de la familia Benson. Para ello le prohibió a Margaret que viera a sus nietos. Sin embargo, su hogar estaba financiado con su dinero.



Cuando Margaret fue con Wayne Kerr a ver la nueva residencia de Steven Benson, ella montó en cólera. Aquella era la casa con la que siempre había soñado y su hijo vivía allí con Debbie, una mujer a la que odiaba. Indignada, le dijo a Kerr que intentara obtener el derecho de posesión de la propiedad hasta que Steven le devolviera el dinero con que la había comprado, y más tarde habló también de desheredarle. El abogado, por su parte, estaba impaciente por enfrentarse a los libros de cuentas de la Meridian. Cuando volvieron a Naples, ella le dijo a su hijo que quería que tuviera toda la contabilidad preparada para una inspección al día siguiente. Esa noche, Steven le dijo por teléfono a su hermana Carol Lynn que al otro día la ayudaría a marcar con estacas la distribución de una casa que Margaret quería construir cerca de allí; después insistió en que Scott, el perezoso hermano de veintidós años, los acompañara. La mañana del martes 9 de julio de 1985, Benson se marchó de su casa de Fort Myers, en Florida, y condujo 32 kilómetros hacia Naples, en el Golfo de México. Se dirigía a desayunar con su madre, su hermana y su hermano menor, pero cuando llegó a la lujosa casa de estilo español en que vivían en Quail Creek, su familia le recibió con recelo. Aquella mañana Steven tenía un buen motivo para querer evitar a su madre. Iba a tener que responder a preguntas muy delicadas sobre el dinero. Al llegar a la cocina, Steven los saludó efusivamente. El abogado de su madre, Wayne Kerr, estaba en la casa y al verlo, Steven se ofreció a salir a comprar café para el desayuno. Esta actitud contrastaba con su reciente propensión al mal humor. Sabía que su madre había llamado al letrado para que investigara su negocio, en el que había invertido, en tan sólo un año de funcionamiento, cerca de $250,000.00 dólares del dinero familiar. Aunque en ir y volver de la tienda no se tardaba más de diez minutos, Steven regresó al cabo de una hora diciendo que se había detenido a charlar de negocios con un conocido. También mencionó que la furgoneta en la que llegó tenía poca gasolina, por lo que tuvo que coger el coche de Scott, un pequeño Chevrolet Suburbano. Poco después de las 09:00 horas, los cuatro miembros de la familia Benson salieron de la casa con la cuerda y las estacas que necesitaban para marcar el terreno en el que iban a construir la nueva casa. Wayne Kerr se quedó para trabajar en la contabilidad de Margaret. Como la furgoneta apenas tenía combustible, iban a coger de nuevo el coche de Scott quien, molesto porque lo hubieran sacado de la cama tan temprano, se sentó al volante del Chevrolet y se dio cuenta de que su hermano había quitado la llave de contacto. Mientras tanto, Steven abría la otra puerta delantera para que su madre se sentara, aunque ella aseguraba que prefería viajar atrás. Su hermana Carol Lynn se colocó detrás del conductor, aunque sabía que en la parte trasera solía marearse. Antes de que nadie pudiera protestar por el sitio que Steven le había adjudicado a cada uno, este recordó que había olvidado la cinta métrica en casa. Le pasó las llaves del coche a Scott y se alejó del automóvil andando rápidamente hacia la vivienda.



Las víctimas 
 

Carol Lynn dejó su puerta abierta para que circulara el aire, y ese pequeño detalle le salvó la vida. Mientras esperaba que Steven volviera con el metro y se sentara junto a ella, vio a Scott inclinarse hacia adelante para poner en marcha el motor; después, todo se volvió naranja. Una fuerza impresionante la empujó contra el asiento. Tenía la sensación de estar retrocediendo a toda velocidad por un túnel de fuego. Lo primero que pasó por su cabeza fue que se estaba electrocutando, pero entonces se dio cuenta de que el coche estaba ardiendo. Bajó la cabeza y contempló con horror cómo sus manos parecían consumirse bajo las llamas. No cesaba de preguntarse cómo podría salir del coche sin manos, pero sin darse cuenta lo consiguió. Tumbado en el suelo junto al coche pudo ver a Scott; era evidente que estaba muerto. Steven estaba junto al porche, mirándola a través de las llamas. Cuando lo llamó gritando, pidiendo ayuda, él se dio la vuelta y corrió al interior de la casa.



La casa tras la explosión
 

La explosión rompió el silencio del vecindario. Algunos hombres de negocios retirados que habían salido a dar su paseo matinal corrieron hacia allí alarmados. A través de los arbustos del jardín pudieron ver un coche ardiendo y el cuerpo mutilado de Margaret Benson tumbado sobre un matorral. La onda expansiva le había arrancado el brazo izquierdo y parte de la cabeza. Cerca de lo que quedaba del vehículo estaba su hija, con la parte derecha de la cara abrasada e intentando ponerse de pie. Uno de los vecinos se acercó para ayudarla, y en ese momento se oyó el estruendo de una segunda explosión. Dentro de la casa, Wayne Kerr corría hacia el exterior, hacia el lugar del siniestro. Steven se cruzó en su camino con una expresión de horror en el rostro. “Llama a una ambulancia”, le dijo. Entonces volvió a salir y, mientras cundía el pánico a su alrededor, Steven Benson se sentó a contemplar la masacre.



La camioneta
 

Los agentes del departamento del sheriff local llegaron quince minutos después de la primera explosión. Los bomberos habían apagado el fuego y en el suelo, debajo de los restos del coche, podían verse dos grandes agujeros. Era evidente que se trataba de un caso para el Departamento Estatal de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego, más conocido como el ATF, la brigada con más experiencia en explosivos en Estados Unidos. Un equipo de la ATF se puso a trabajar inmediatamente en el vehículo y en la zona afectada por la onda expansiva: un total de 182 metros que rastrearon con cribas, rastrillos y guantes, con las palmas recubiertas de placas imantadas. Aquel mismo día encontraron suficientes fragmentos de tubos ennegrecidos por pólvora como para deducir que la explosión fue producida por dos bombas de tubo de fabricación casera.


El teniente Harold Young, del departamento del sheriff del condado, interrogó a Steven Benson poco después sobre quién podía haber colocado el artefacto. El joven sugirió la posibilidad de que el culpable fuera uno de los individuos que negociaba con Scott. Le preguntó por qué había tardado tanto en ir a la tienda en el Chevrolet a comprar café, a lo que respondió que se había detenido a charlar con alguien de una firma local, pero que no podía recordar su nombre. Parecía estar demasiado nervioso, incluso para encenderse un cigarrillo. La novia de Scott, Kim Beegle, también estuvo presente aquella mañana. A pesar de su aflicción, se dio cuenta de que había algo extraño en la ansiedad de Steven. Poco después, cuando la policía la interrogó sobre quién creía que podía ser el responsable de aquello, ella mencionó a Steven; luego le preguntaron el motivo que podría tener para hacer una cosa así y ella respondió: "Motivos económicos". Carol Lynn, internada de emergencia y sometida a varias intervenciones de cirugía plástica, no estuvo en condiciones de ser interrogada hasta tres semanas después del atentado. En el hospital mantuvo una conversación con George Nolicki, un agente de la ATF que dirigía la investigación en colaboración con Young. Las sospechas de Carol Lynn estaban claras: “Mi madre me dijo que no la extrañaría que mi hermano intentara deshacerse de ella. Mi hermano Steven, quiero decir”.


A medida que se iban acumulando comentarios sobre la culpabilidad de Steven y se iban reuniendo pruebas contra él, dejó de cooperar con la policía. Cerca de la oficina de su compañía, la Meridian Marketing, los dos investigadores encontraron la ferretería en la que se habían comprado los tubos empleados en la fabricación de las bombas. Era de vital importancia comprobar las huellas de las palmas de las manos del presunto asesino con las de los recibos de la tienda. Sin embargo, Steven se negó a que se las tomaran. Mientras tanto, los periódicos hablaban del “hombre blanco misterioso” que había entrado a comprar a la ferretería, y el Miami Herald daba con el paradero de un viejo conocido de Steven que aseguraba haberle visto en 1981 haciendo explotar bombas de tubo caseras en la cancha de tenis de su casa. Poco después, la prensa y los equipos de televisión se apiñaban alrededor de su casa de Fort Myers, donde vivía con su mujer y sus tres hijos. El arresto parecía inminente. Pero hasta que no se pudiera establecer comparación entre sus huellas dactilares y las de la persona que compró los tubos, la policía no podía hacer nada más.



El viernes 16 de agosto, Young consiguió vencer las defensas legales del sospechoso. Para ello, empleó un procedimiento poco habitual: se hizo con una orden de registro para poder obtener las huellas. Hubo que esperar unos días para que el laboratorio forense diera los resultados, pero las huellas de Steven Benson coincidieron con las del cliente de la ferretería. Lo arrestaron en Fort Myers el 22 de agosto.



El arresto
 


Young y Nowicki le llevaron a Naples, donde fue acusado de dos cargos de asesinato en primer grado y uno de intento de asesinato, y se le negó la fianza. El padre de Margaret Benson, Harry Hitchcock, envió una carta al juzgado en la que decía: “Temo por mi seguridad si Steven queda en libertad. Cualquier persona capaz de asesinar a su madre por dinero es capaz de asesinar a su abuelo por la misma razón”.


La información de los desfalcos fue presentada por la acusación en el Caso Benson el día que comenzó el juicio en Fort Myers, Florida, el 14 de julio de 1986. Steven Benson se declaró inocente. Los libros de contabilidad, actualizados precipitadamente, se encontraban en la furgoneta en la que Steven llegó a casa de su madre el día de la explosión. La aparcó tan cerca del Chevrolet que quedó cubierta de salpicaduras de sangre y restos de las víctimas. Durante el juicio, se especuló con la posibilidad de que intentara que ardiera con la explosión, destruyendo así todas las pruebas financieras que había en su contra. También se insinuó que la segunda bomba, activada minutos más tarde, gracias a un reloj automático, iba destinada a Wayne Kerr, ya que calculó que sería el tiempo que tardaría en salir de la casa y llegar junto al vehículo.



En la legislación de Florida existe un estatuto llamado “Ley de los Asesinos” (“Slayers Act”), que impone que un asesino no puede heredar dinero de sus víctimas. Steven Benson creía que jamás podrían relacionarle con las bombas y se convertiría en un acaudalado heredero, no en un preso común. Al final, una auditora de la ATF, Diana Galloway, analizó las finanzas de Benson y apareció en el juzgado con gráficos que mostraban detalladamente el conjunto de las transacciones realizadas entre las diferentes cuentas del banco familiar, y puso de manifiesto la utilización de la Meridian Marketing, la empresa secreta de Steven, para desviar fondos de las cuentas de su madre a las suyas.



Steven Benson con su abogada
 

El testimonio de Galloway, junto al de Kerr y los de los miembros del personal de la compañía, consiguió demostrar que el joven tenía un buen motivo, de carácter económico, para asesinar a su madre. Además el abogado defensor, Michael McDonnell, no pudo rebatir las pruebas forenses referentes a las huellas dactilares que le identificaban como el comprador del tubo empleado en la fabricación de las bombas.



El abogado defensor
 

El último gran triunfo de la acusación fue la llegada a la sala de Carol Lynn con un sombrero de ala ancha, gafas oscuras, un traje sobrio y su privilegiada belleza destruida por un montón de cicatrices. El emotivo relato de cuanto sucedió la mañana del crimen decidió el destino de su hermano. Los informes que se emitían por televisión sobre el juicio sustituyeron a las series de las emisoras locales y comenzaron a conocerse como “Las crónicas de los Benson”. En ellos se especulaba con la posibilidad de que el abogado defensor, con su extravagante carácter sureño, organizara una defensa estrafalaria. En realidad, iba a culpar al asesinado Scott de todo el asunto.



Carol Lynn tras el atentado
 

Poco antes del juicio, hubo muchos rumores sobre la muerte de Scott a raíz de la revelación de Carol Lynn de que el chico era en realidad su hijo. El abogado McDonnell podría haber tenido una buena oportunidad de hacerle parecer el verdadero asesino, si Scott no hubiera sido una de las víctimas. Como de hecho lo fue, tan sólo pudo sugerir que la turbulenta vida que llevaba le había convertido en un enemigo acérrimo de la gente con la que se relacionaba en los bajos fondos de Florida. La frecuencia con que se cometían asesinatos relacionados con el mundo de las drogas en el estado era lo suficientemente elevada como para que esta hipótesis pareciera plausible.


Sin embargo, la llamada “defensa basada en la mala fama” fracasó rotundamente, porque lo único que consiguió fue dejar abierta la posibilidad de que una persona o personas desconocidas hubieran colocado los artefactos explosivos. Los ayudantes del abogado recorrieron las zonas de mayor incidencia en las drogas en busca de historias sobre gente con la que Scott hubiera podido tener problemas. Perdieron tiempo y dinero con personajes escurridizos que tenían poco que contar. No encontraron una sola prueba definitiva que lo implicara en los hechos.

  
Hacia el final del juicio, el caso presentado por el Fiscal era irrecusable. Aun así, el jurado necesitó once horas para emitir un veredicto de culpabilidad en todos los cargos. Influyó el rumor de que, en una ocasión, Steven Benson le había comentado a un amigo: “Si tienes demasiados problemas, mata a tus seres queridos”.



La mitad de los miembros recomendaron la pena de muerte, pero el juez Hugh Hayes impuso dos sentencias de cadena perpetua por asesinato, y treinta y siete años por intento de asesinato y atentado con explosivos. McDonnell salió del juzgado asegurando haber conseguido “una gran victoria”, ya que, según afirmó, todavía no habían enviado a ninguno de sus clientes a la silla eléctrica. Hasta la fecha, Benson sigue en prisión.

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