Richard Trenton
Chase nace el 23 de mayo de 1950 en Sacramento, California (Estados Unidos).
Desde muy joven, es conocido por su conducta psicótica con rasgos de apatía y
constante agresividad. Sufre enuresis hasta los ocho años, y mojar la cama es
algo que le causa constante vergüenza, pero que no puede controlar. Desde los
doce años, Chase sufre las constantes peleas de sus progenitores. Su padre,
alcohólico, no escatima insultos y violencia contra su esposa, quien lo acusa
de querer envenenarla y de ser un drogadicto además de un borracho. Diez años
duran las peleas. Este escenario termina en divorcio y su padre vuelve a
casarse poco después, pero para entonces, toda la situación de violencia ha
marcado profundamente la psique del chico. Su único desahogo es escribir un
diario, que llevará por años. A duras penas, concluye sus estudios de
secundaria. Su coeficiente de inteligencia, pese a todo, es normal: 95 puntos.
Intenta relacionarse con chicas y tiene un par de novias, pero es impotente y
nunca consigue una erección. Su autoestima se devalúa cada vez más. En 1965,
Chase bebe en exceso y consume marihuana y LSD. Es detenido por posesión de
marihuana y condenado a realizar labores de limpieza a favor de la comunidad.
Para 1969,
Richard Chase consigue un empleo en el cual dura algunos meses. Después de que
lo despiden, sólo encuentra trabajos de un par de días. Consigue ingresar a la
Universidad, pero no puede concentrarse en los estudios ni soportar la presión
social de la vida universitaria, y abandona la carrera casi enseguida. A los
veintiún años, Chase se va de casa para compartir piso con unos amigos. Allí,
continuamente drogado, su estado mental se deteriora aceleradamente: empieza a
obsesionarse con la idea de que una organización criminal trata de acabar con
él. Para protegerse, clava con tablas la puerta de su habitación, entrando y
saliendo de ella por un pequeño agujero que hace en el fondo de un armario de
pared. Duerme poco y mal, vigilando constantemente para que no lo atrapen los
sicarios cuando por fin lleguen. En su diario escribe:
“A veces oigo
voces por teléfono. Ignoro qué voces. Amenazas. Suena el teléfono y alguien me
dice cosas extrañas: que mi madre me envenena poco a poco y que me voy a morir.
Me siento observado. Sé que alguien me vigila…”
Para 1972, es
arrestado por conducir ebrio. Se asusta tanto que deja de beber: nunca vuelve a
probar el alcohol. Un año después, en 1973, durante una fiesta, Chase intenta
tocarle los pechos a una chica que no se lo permite. Se inicia una gresca y
Chase saca un arma, una pistola calibre .22. Los demás invitados lo reducen
hasta que llega la policía. Una fianza de $50.00 dólares le permite salir en
libertad. Incapaz de tener trabajo, sus padres lo mantienen económicamente y
vive a veces en casa de uno y a veces en casa del otro. Poco tiempo después,
Chase se afeita la cabeza y acude asustado al médico, alegando que su cráneo se
está deformando poco a poco y los huesos le agujerean la piel. También dice
sentir que se muere porque alguien le ha extraído la arteria pulmonar, y nota
que su sangre no puede circular. Para aliviarlo, se inyecta sangre de conejo en
las venas. Chase es internado en un hospital psiquiátrico, saliendo al poco
tiempo, pese a la opinión de algunos médicos que lo consideran peligroso. Una
vez libre, deja de tomar la medicación y su conducta comienza a empeorar. Chase
se convence de que su sangre se está convirtiendo en polvo y que necesita
sangre fresca para sobrevivir. Nuevamente se inyecta y bebe sangre de conejo,
tragándose además las vísceras de los animales. Al poco tiempo cae enfermo y
los médicos, tras percatarse de su obsesión por consumir sangre, lo internan de
nuevo, diagnosticándole esquizofrenia paranoide. De nuevo en el manicomio, Chase
emula al personaje de Renfield que aparece en la novela Drácula, de Bram
Stoker, y se dedica a cazar pájaros, a los cuáles les arranca la cabeza a
mordidas para beber su sangre. En su diario comenta sus acciones
meticulosamente, habla sobre la forma en que mata animales pequeños y describe
el sabor de la sangre. También menciona:
“Mi sangre está
envenenada y un ácido me corroe el hígado. Es absolutamente necesario que beba
sangre fresca”.
En 1977, de
nuevo en la calle, comienza a secuestrar a numerosos perros y gatos, a los
cuáles decapita, descuartiza y bebe su sangre mezclada con Coca Cola. Guarda
los collares, formando una macabra colección. Luego ataca vacas y ovejas en el
campo para beber su sangre; incluso es detenido por un oficial indio en una
reserva, pero al comprobar que lleva cubetas con sangre ovina, es dejado en
libertad: cuando se le pregunta por qué lleva la camiseta manchada de sangre,
alega que estaba cazando conejos.
La casa de
Richard Chase
Su padre intenta
acercarse a él; pasa los fines de semana en su compañía, le compra regalos y se
lo lleva de excursión. Pero es inútil: Chase está totalmente demente. No puede
pensar en otra cosa más que en el ficticio deterioro de su cuerpo. También se
obsesiona con los extraterrestres y habla constantemente sobre OVNIs. Cuando se
encuentra a algún antiguo conocido, le dice que una agrupación nazi lo persigue
desde que estaba en la secundaria. Richard Chase está convencido de que, a
causa de la supuesta falta de sangre, su estómago se está pudriendo, su corazón
disminuye de tamaño y sus órganos internos se desplazan en su interior. En su
mente, se trata de una metamorfosis que lo transformará en un vampiro humano.
Para septiembre
de ese mismo año, Chase discute con su madre. Incapaz de controlar su
violencia, toma al gato de la casa y lo asesina. Días después, va a la perrera
municipal; adquiere dos perros por $15.00 dólares y los asesina, bebiéndose su
sangre. El 20 de octubre roba gasolina para su furgoneta, que está descuidada y
llena de basura; cuando un policía lo descubre, Chase niega la acusación y
convence al agente, que lo deja irse. Después responde a un anuncio en el
periódico, va a una casa y compra dos perros labrador por el precio de uno. Los
sacrifica también. Su colección de collares crece. Luego roba un perro que ve
en la calle, y esta vez lo tortura antes de asesinarlo, beberse su sangre y
comerse sus vísceras. Después se entera de que los dueños ofrecen recompensa;
eufórico, los llama por teléfono y les cuenta cómo torturó y mató al animal.
El 7 de
diciembre, Chase va a una armería y se compra otro revólver del calibre .22.
Las desapariciones de mascotas continúan. Fascinado por los crímenes de los
primos asesinos, Kenneth Bianchi y Angelo Buono, cometidos en Los Ángeles,
guarda celosamente los recortes de prensa que los mencionan. Señala en los
periódicos los anuncios puestos por personas que regalan gatos o venden perros.
Su padre le regala en navidad un anorak amarillo, que ya no se quitará. Chase
practica con su nueva pistola. Dispara contra el muro sin ventana de la casa de
una familia apellidada Phares. Al otro día, dispara contra la ventana de una
cocina, partiéndole el cabello a la señora Polenske, quien está inclinada y
evade la muerte por milímetros.
Richard Chase
decide que es hora de practicar sobre otros blancos. Tiene 28 años y una mente
hecha pedazos. El 28 de diciembre toma su revólver, sale a la calle y le
dispara a Ambrose Griffin, un desconocido a quien ve en la calle. Lo mata
mientras el hombre regresa del supermercado con su esposa, disparándole desde
su furgoneta. Griffin vive justo enfrente de la casa de los Phares, donde Chase
efectuó su primer disparo. Chase comienza a coleccionar recortes de periódico
sobre el crimen aparecidos en el Sacramento Bee. El 16 de enero, le prende
fuego a un granero para alejar a unos adolescentes que habían puesto música a
volumen alto.
Está
enloquecido: necesita beber sangre y ya no queda satisfecho al conseguirla
desangrando animales. Ha llegado a la conclusión de que es un vampiro, así que
inicia una cacería humana. El 23 de enero por la mañana, intenta allanar una
casa entrando por la ventana, pero se topa de frente con el rostro de la dueña.
Se sienta entonces en el jardín y allí se queda un rato, pasmado. La mujer
llama a la policía, pero Chase se marcha antes de que lleguen. Se mete a otra
casa, defeca en la cama de un niño y orina en un cajón lleno de prendas
íntimas. Roba algunos objetos. Después es sorprendido por el dueño. Chase huye,
el hombre lo persigue, pero consigue evadirse. El hombre regresa a su hogar y
descubre los daños. Una hora después, el asesino se dirige a un centro
comercial. Lleva la camisa manchada de rojo y tiene costras de sangre seca en
la boca. Hiede y se nota perdido. Una amiga suya de la secundaria está en el
aparcamiento. Chase se le acerca y le pregunta si ella iba en la misma
motocicleta donde se mató un viejo amigo suyo de la escuela (la chica era la
novia). Ella no le reconoce hasta que él le dice quién es. Lo evade, se mete a
un banco, pero él la espera hasta que sale. Ella intenta alejarse y al subirse
a su auto, Chase trata de meterse por el asiento del copiloto. La mujer logra
escaparse.
La amiga de
Chase
Richard Chase
sigue vagando. Se mete a un jardín, el dueño sale y le reclama. El criminal
alega que sólo está tomando un atajo, sigue su camino y entra al jardín de otra
casa. Es la vivienda de una mujer llamada Terry Wallin, una joven de veintidós
años con tres meses de embarazo, que se encuentra sacando la basura. Chase la
obliga a entrar en la casa; una vez adentro, le arranca la sudadera, en
pantalón y el sujetador, y después dispara dos veces sobre ella; aún viva, le
abre el vientre para arrancarle los intestinos, y los esparce cuidadosamente
por el suelo.
La mujer no deja
de proferir alaridos de dolor. Le mete un cuchillo en uno de los pechos y
retuerce la hoja dentro de la herida; ella muere entre espantosos dolores.
Luego le extirpa el hígado, el diafragma, un pulmón y los riñones, colocándolos
encima de la cama. Chase golpea varias veces el cuerpo sin vida y después va
por un vaso a la cocina. Se dedica a beber la sangre de la mujer, fresca y
caliente. Mastica algunos trozos de vísceras y devora parte de los órganos
internos; se pinta además el rostro con la sangre. Finalmente, como toque final
a su obra, defeca sobre la boca y el vientre abierto del cadáver, y abandona la
casa, satisfecho.
A las 18:30
horas, David Wallin, el esposo de Terry, regresa a su casa después de trabajar
y se encuentra con la carnicería. Aterrado, llama a la policía. Nunca se ha
visto un crimen igual en Sacramento. Los policías acuden al FBI y quien acude
es el agente Robert K. Ressler, creador del concepto “asesino serial”, quien
realiza un perfil del criminal, que es casi coincidente con las características
de Richard Chase.
Manchas de
sangre en la casa de los Wallin
La policía busca
al asesino, pero no consiguen encontrarlo. Cuatro días después, la sed se
apodera nuevamente de Richard Chase, a quien los periódicos han bautizado ya
como “El Vampiro de Sacramento”. Entra en una casa elegida al azar; una vez
allí, se dedica a disparar contra los habitantes. Mata a Evelyn Miroth, de
treinta y seis años; a su hijo Jason, de seis; y a un amigo de la familia
llamado Daniel J. Meredith, de cincuenta y dos.
Chase lleva el
cadáver de Evelyn Miroth a la recámara, donde la sodomiza. Luego le clava el
cuchillo en el ano; después le vacía un ojo y se lo come. A continuación la
eviscera y engulle parte de sus órganos internos y bebe su sangre en un vaso de
cristal.
Evelyn Miroth
Lleva el cadáver
del niño a la bañera; rompe y abre el cráneo del niño, y comienza a devorar el
cerebro. El agua de la tina queda manchada de rojo y con trocitos de masa
encefálica. Chase defeca en el agua. Alguien llama a la puerta de la casa y se
asusta, así que decide marcharse. En la casa hay además un bebé de veintidós
meses, Michael Ferreira, a quien Chase secuestra. Se roba la camioneta Ranchera
de Daniel J. Meredith y escapa en ella. Abandona el vehículo a unas cuantas
calles, con las llaves puestas; allí lo encuentra la policía.
Jason Miroth
Ya en su casa,
Chase tortura al bebé un rato. Cuando se aburre, toma un cuchillo y, mientras
el bebé sufre lo indecible, le corta la cabeza. Tarda un rato en lograr su
cometido, pues la hoja está roma. Tras decapitar el cuerpo, bebe la sangre con
fruición. Rompe el cráneo del bebé y devora el cerebro crudo.
Michael Ferreira
La gente se
muestra aterrorizada. La policía se ve presionada. Los medios convierten los
asesinatos en noticia nacional. “El Vampiro de Sacramento” cosecha fans: mucha
gente asegura que se trata de un vampiro verdadero y que hay que comprenderlo,
no cazarlo. Sesenta y cinco policías dan caza al criminal, en una zona cercana
al lugar donde abandonó la camioneta. Chase sale de casa y, ante el temor de
que la policía lo capture, dispara contra un perro en un club de campo cercano
y lo destaza, bebiendo nuevamente sangre de animal. La policía se entera y
estrecha el cerco. Mientras tanto, Chase sigue coleccionando recortes de
periódico y escribe en su diario:
“Si devoré a
esas personas fue porque tenía hambre y me estaba muriendo”.
La ex compañera
de la secundaria a quien Richard Chase encontró en el centro comercial decide
acudir a la policía; les cuenta lo ocurrido y les comunica sus sospechas de que
él es a quien buscan. Los agentes encuentran sus datos enseguida. Chase vive a
una manzana de distancia del lugar donde se encontró la camioneta abandonada.
Varios policías se colocan alrededor de su domicilio; saben que posee un
revólver y que está totalmente trastornado. Vigilan la casa en espera de que se
asome. Chase aparece poco después. Corre hacia su furgoneta llevando una caja
bajo el brazo. Los policías caen sobre él; Chase lucha con ellos. Durante el
forcejeo, intenta sacar el revólver, pero se le cae al piso. Finalmente, los
agentes logran reducirlo. En la caja lleva varios trapos ensangrentados y la
cartera de Daniel Meredith está en el bolsillo trasero de su pantalón.
La casa de Chase
es un sitio hediondo, lleno de basura, excremento y trozos de vísceras
podridas. Hay sangre seca por todas partes, periódicos viejos, latas de cerveza
vacías, cartones de leche, trapos sucios, un plato con restos de cerebro encima
de la cama y recipientes con órganos humanos y animales. La policía encuentra
un cuchillo de caza con una hoja de treinta centímetros, una caja de
herramientas cerrada con llave y unas botas de caucho manchadas de sangre.
También hallan su colección de collares de perro y gato, así como tres
licuadoras que Chase usa para moler órganos y sangre.
Una de las
licuadoras que Chase utilizaba
Hallan su
diario. En la pared de la cocina hay además un calendario, con la palabra “Hoy”
escrita en las fechas de los asesinatos. Lo peor es que la misma palabra
aparece escrita cuarenta y cuatro veces más, en fechas futuras. Chase planeaba
asesinar por lo menos en otras cuarenta y cuatro ocasiones. El cuerpo del bebé
asesinado es encontrado a mediados de 1978, enterrado cerca de la casa del
asesino. Una de las anotaciones finales de Chase dice:
“La primera
persona a la que maté fue por accidente. Mi coche estaba estropeado. Quería
irme pero no tenía transmisión. Tenía que conseguir una casa. Mi madre no me
quería acoger en Navidades. Antes siempre me acogía en Navidades, cenábamos y
yo hablaba con ella, con mi abuela y con mi hermana. Aquel año no me dejó ir a
su casa y disparé desde el coche y maté a alguien. La segunda vez, las personas
habían ganado mucho dinero y tenía envidia. Me estaban vigilando y disparé a
una señora (conseguí algo de sangre de aquello). Fui a otra casa, entré y había
una familia entera ahí. Les disparé a todos. Alguien me vio allí. Vi a una
muchacha. Ella había llamado a la policía y no habían podido localizarme. La
novia de Curt Silva... el que se mató en un accidente de moto, lo mismo que un
par de amigos míos y tuve la idea de que lo habían matado a través de la Mafia,
que él estaba en la Mafia, vendiendo droga. Su novia recordaba lo de Curt; yo
estaba intentando sacar información. Dijo que se había casado con otro y no quiso
hablar conmigo. Toda la Mafia estaba ganando dinero haciendo que mi madre me
envenenara. Sé quiénes son y creo que se puede sacar esto en un juicio si, como
espero, logro recomponer las piezas del rompecabezas…”
El juicio se
cambia de la ciudad de Sacramento a Palo Alto. Chase trata de justificar sus
macabros crímenes diciendo que unas voces de seres extraterrestres y otras
criaturas lo acosaban continuamente, obligándolo a matar. El juicio se inicia a
principios de 1979 y el 6 de mayo de aquel año, Iris Yang, periodista del
Sacramento Bee, describe a Chase:
“El acusado
estaba totalmente apático. Sombrío, pelo marrón lacio, ojos apagados y
hundidos, tez cetrina y delgadez extrema, no le sobra apenas carne en los
huesos. Durante los últimos cuatro meses y medio, Richard Trenton Chase, a sólo
unas semanas de su vigésimo noveno cumpleaños, ha estado sentado encorvado,
jugando con los papeles que tiene delante de él o con la mirada vacía puesta en
las luces fluorescentes de la sala”.
Sólo hay juicio porque
la fiscalía se empeña en pedir la pena de muerte, basándose en una nueva ley
estatal recientemente aprobada en California. La defensa quiere que Chase sea
considerado mentalmente enfermo e incapaz de someterse a juicio, pero la
fiscalía argumenta que Chase ha tenido suficiente “astucia y conocimiento” en
el momento de los crímenes para ser considerado responsable de sus actos y
tener que responder por ellos. Lo acusan de seis asesinatos en primer grado:
Terry Wallin, las tres personas en casa de los Miroth, el bebé muerto y Ambrose
Griffin. El jurado sólo delibera un par de horas y lo declara culpable de todos
los asesinatos. El juez lo manda al Corredor de la Muerte de San Quintín a la
espera de su ejecución en la silla eléctrica. Lo trasladan a Vacaville, donde
está también preso Charles Manson.
Tras el juicio,
Robet K. Ressler describe su encuentro con Richard Chase en su libro Asesinos
en serie:
“Yo no estaba de
acuerdo en absoluto con el veredicto ni con la orientación que se había dado al
caso. Ocurrió en el mismo periodo en que el antiguo inspector del ayuntamiento
de San Francisco, Dan White, asesinó al alcalde Moscone y al inspector Harvey
Milk. White alegó que se había vuelto loco porque había consumido un tipo de
comida basura, los Twinkies de Wonder, y su estrategia fue aceptada. Lo
mandaron a una cárcel estatal sin pena de muerte. Richard Chase, en cambio, que
tenía claramente una enfermedad mental y debería haber pasado el resto de su
vida en un psiquiátrico, fue condenado a muerte. John Conway y yo visitamos a
Chase en el Corredor de la Muerte de San Quintín en 1979. Conway era el enlace
del FBI con las cárceles de California y era un tipo excepcionalmente afable,
apuesto y sutil, que poseía el don de conseguir que los prisioneros hablaran
con él.
“Visitar a
Richard Chase fue una de las experiencias más extrañas que jamás tuve. Desde el
momento en que entré en la cárcel hasta que me senté en el cuarto donde lo
entrevistaríamos, rasé por toda una serie de puertas que se cerraban de golpe
tras nosotros, una experiencia opresiva y aterradora. Había estado en muchas
cárceles, pero ésa fue la más horripilante; me sentía como si estuviera
atravesando un punto sin retorno. Conway estaba mucho más entero que yo.
Subimos en varios ascensores y el último nos dejó en el Corredor de la Muerte.
Escuché ruidos extraños, gemidos y otros sonidos casi inhumanos provenientes de
las celdas. Nos sentamos en un cuarto a esperar a Chase y lo oímos acercarse
por el pasillo. Llevaba grilletes en las piernas y hacía un sonido metálico
seco al andar, lo que me hizo pensar enseguida en el fantasma de Marley del
libro Una canción de Navidad de Charles Dickens. Además de llevar grilletes,
iba esposado y tenía puesto uno de esos cinturones a los que van atadas las
esposas. Sólo podía arrastrar los pies a duras penas.
“Su aspecto me
dio otro susto. Era un hombre joven, flaco, extraño, con el pelo negro y largo,
pero lo que realmente me impactó fueron sus ojos. Nunca los olvidaré. Eran como
los ojos del monstruo de la película Tiburón. No había pupilas, sólo puntos
negros. Eran ojos malvados que recordé durante mucho tiempo después de la
entrevista. Casi tuve la impresión de que no podía verme, que más bien miraba a
través de mí, sin más. No mostró ninguna señal de agresividad, simplemente se
sentó y se quedó pasivo. Tenía un vasito de plástico en las manos, algo de lo
que no habló al principio. Como Chase ya había sido condenado y se encontraba
en el Corredor de la Muerte, no me sentí obligado a empezar con el típico
cortejo que empleaba en la primera entrevista con un asesino. Normalmente,
tengo que esforzarme por demostrar al preso que soy digno de su confianza y que
puede hablar conmigo. Chase y yo hablamos con bastante facilidad, considerando
su estado mental. Reconoció haber cometido los asesinatos pero dijo que fue
para preservar su propia vida. Me indicó que estaba preparando una apelación
centrada en la idea de que se estaba muriendo y había asesinado para obtener la
sangre que necesitaba para vivir. Lo que ponía en peligro su vida era el
‘envenenamiento de jabonera’. Cuando le dije que no conocía la naturaleza del
envenenamiento de jabonera, me ilustró al respecto. Todo el mundo tiene una
jabonera, dijo. Si levantas la pastilla de jabón y la parte de abajo está seca,
estás bien. Pero si esa parte está pegajosa, significa que sufres de
envenenamiento de jabonera. Le pregunté por los efectos del veneno y me
contestó que convierte la sangre en polvo, lo pulveriza básicamente; la sangre
entonces va consumiendo el cuerpo y su energía y reduce las habilidades de la
persona.
“Al lector esta
explicación le puede parecer ridícula o demasiado extraña. Sin embargo, cuando
me vi en aquella situación, tenía que reaccionar correctamente. No podía
parecer horrorizado o sorprendido y debía tomar la explicación como lo que era:
una ilustración del razonamiento de un asesino. La regla que empleamos es que
no decimos nada sobre la fantasía y animamos a la persona a seguir hablando. De
modo que no podía decir sobre el envenenamiento de jabonera ‘no existe tal
cosa’, porque eso no habría servido para nada. Tampoco podía decir: ‘oh, sí,
conozco a personas que han tenido envenenamiento de jabonera’. Simplemente
acepté su explicación y no me puse a discutir al respecto. Apliqué la misma
regla cuando empezó a contarme que era judío de nacimiento (sabía que no era
verdad) y que los nazis lo habían perseguido toda su vida porque tenía una
estrella de David en la frente, que procedió a mostrarme. Podía haber dicho:
‘¡Qué tontería más grande!’ o bien el otro extremo: ‘vaya, qué preciosidad,
ojalá tuviera yo una igual’. Ninguna de las dos respuestas habría ayudado mucho
en la conversación. No veía ninguna estrella de David en su frente, pero pensé
que podía tratarse de una trampa o de una prueba para ver hasta qué punto yo
estaba dispuesto a creerme su explicación. Igual me estaba engañando, diciendo
que la estrella estaba en su frente cuando en realidad estaba en un brazo o en
su pecho, y quería averiguar cuánto sabía yo sobre él. En esa ocasión dije
simplemente que no había traído mis gafas, que había poca luz y que no podía
ver su marca de nacimiento pero que aceptaba su palabra de que estaba allí.
Dijo que los nazis habían estado conectados con los OVNIs que flotan
continuamente sobre la tierra y le habían ordenado por telepatía que matara
para reponer su sangre. Concluyó su exposición diciéndome: ‘Así que ya ve,
señor Ressler, está muy claro que maté en defensa propia’.
“Quizá la
información más relevante que saqué de la entrevista fue la respuesta que me
dio cuando le pregunté cómo había elegido a sus víctimas. Muchos de los
anteriores entrevistadores habían sido incapaces de obtener ese dato, pero yo
me había ganado la confianza de Chase y él se sintió cómodo contándomelo. Había
estado escuchando voces que le decían que matara y simplemente fue de casa en
casa, probando si la puerta estaba cerrada o no. Si la puerta estaba cerrada,
no entraba. Pero si estaba abierta, entraba. Le pregunté por qué no rompió
simplemente una puerta si quería entrar en una casa en particular. ‘Oh’, dijo,
‘si una puerta está cerrada, significa que no eres bienvenido’. ¡Qué delgada
era la línea entre los que evitaron ser víctimas de un crimen horrendo y los
que sufrieron una muerte atroz a manos de Chase! Finalmente, le pregunté por el
vasito de plástico que llevaba en la mano. Me dijo que era una prueba de que en
la cárcel estaban intentando envenenarle. Me lo enseñó y dentro había una
sustancia amarilla y pegajosa que más tarde identifiqué como los restos de una
cena precocinada de macarrones y quesos. Quería que me lo llevara al
laboratorio del FBI en Quantico para que lo analizaran. Era un regalo que no
podía rechazar. La información obtenida en esa entrevista ayudó a confirmar el
retrato que estábamos elaborando del ‘asesino desorganizado’, que era
radicalmente diferente del retrato del ‘asesino organizado’. Chase no se
limitaba a encajar en el perfil del asesino desorganizado, sino que se podría
afirmar que era su personificación. Nunca he conocido, ni creo que ningún otro
policía lo haya hecho, a un tipo que se adecuara mejor a las características
del asesino desorganizado. A este respecto, era todo un clásico.
“Los otros
presos en la cárcel de San Quintín se mofaban de Chase; amenazaban con matarle
si conseguían acercarse lo suficiente y le decían que tendría que suicidarse.
Los psicólogos y psiquiatras de la cárcel que examinaron a Chase en aquella
época esperaron a que se calmara el revuelo que se había formado en torno a la
pena de muerte y luego sugirieron que, dado que era ‘psicótico, loco e
incompetente, y todo esto de manera crónica’, fuera trasladado a la prisión de
Vacaville, en California, conocida como las ‘Instalaciones Médicas de
California’ del sistema penitenciario, el lugar que alberga a los locos
criminales. Yo, desde luego, estaba de acuerdo con esa opinión. Para entonces,
como creía que el FBI analizaría lo que le daban de comer en la cárcel, Chase
también nos escribía a Conway y a mí para decimos que tenía que desplazarse a
Washington, D.C., para trabajar en su apelación. Tenía la convicción de que al
FBI le interesaría saber que los OVNls estaban relacionados con los accidentes
aéreos y las armas antiaéreas que los iraníes empleaban contra Estados Unidos.
‘Sería fácil para el FBI detectar los OVNIs por radar’, me escribió, ‘y verían
que me siguen y que son estrellas en el cielo por la noche que se encienden por
medio de algún tipo de máquina de fusión controlada’.
“Fue la última
vez que Chase me escribió. Justo después de la Navidad de 1980, lo encontraron
muerto en su celda en Vacaville. Había estado ahorrando muchas pastillas
antidepresivas de las que recibía para controlar sus alucinaciones y
convertirlo en un preso manejable, y se las había tomado todas de una vez.
Algunos dijeron que era un suicidio; otros siguieron creyendo que había sido un
accidente, que Richard Trenton Chase había ingerido todas las pastillas en un
intento de acallar las voces que lo habían impulsado a matar y que lo
atormentaron hasta el día de su muerte”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario